El ser y el compartir.
Somos seres diversos, formados de partes desiguales, de partes únicas, de partes propias.
El ser y el dejar ser.
Nos unimos para celebrar y para luchar, para sentirnos parte y para hacernos oír.
En medio de la multitud de las diversas generaciones, nos armamos y nos amamos y nos desarmamos a gusto propio.
En medio de la calle, marchamos de la mano, abrazados, besándonos.
En medio de la ciudad, alzamos en silencio nuestras voces – una manifestación pacífico-amorosa.
El escenario es por naturaleza diverso, es así que a la fiesta estamos todas las personas invitadas, una vez al año no hay juicios de valor y prima el amor, del color que sea.
Esos cuerpos diversos apelan a la convivencia en espacios seguros, a espacios tangibles de apertura a su color, independientemente del tono o intensidad, individuos únicos que juntos conforman sociedades con muchos socios pero con poca empatía, la iniciativa de construir esos espacios -aún en el imaginario- es latente, huele a color en las calles, en los cuerpos, dispuestos a alejarse del techo impuesto para poder volar, cuerpos contenedores de emoción para compartir de manera libre, por medio del amor.